El Imperio seléucida fue uno de los principales estados helenísticos surgidos tras la muerte de Alejandro Magno. Fundado por el general macedonio Seleuco I Nicátor en el año 312 a.C., se extendió sobre gran parte de Asia occidental, abarcando en su apogeo territorios que hoy corresponden a Irak, Siria, Líbano, Irán, Afganistán, partes de Turquía, Turkmenistán y Pakistán.
Tras la muerte de Alejandro en 323 a.C. y la división de su imperio entre sus generales (los diádocos), Seleuco se hizo con el control de Babilonia y desde allí expandió sus dominios, llegando a controlar rutas comerciales clave entre el Mediterráneo y Asia, lo que le otorgó gran importancia estratégica y económica.
El imperio se caracterizó por la difusión de la cultura griega (helenización) en Oriente Próximo: el griego se convirtió en lengua administrativa y comercial, y se fundaron numerosas ciudades al estilo griego. Sin embargo, la resistencia de las poblaciones locales a la imposición cultural y religiosa griega fue constante, como ejemplifica la revuelta de los macabeos en Judea.

A lo largo de los siglos III y II a.C., el imperio sufrió pérdidas territoriales debido a la independencia de regiones orientales como Bactria y Partia, así como a derrotas frente a Roma y rebeliones internas. Finalmente, la conquista de Siria por Pompeyo en el año 63 a.C. marcó el fin del Imperio seléucida, que fue absorbido por la República romana.
En síntesis, el Imperio seléucida fue clave en la transmisión y fusión de la cultura griega con las tradiciones orientales, y su legado perduró en la historia política, cultural y urbana del Mediterráneo oriental y Asia Central.
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