Los reyes de Capadocia fueron una dinastía que gobernó esta región de Asia Menor desde finales de la era persa hasta la anexión romana en el siglo I d.C. Inicialmente, bajo el dominio persa aqueménida, Capadocia fue administrada por sátrapas locales de origen persa. Tras la muerte de Alejandro Magno en 323 a.C., la región recuperó su independencia bajo la dinastía de Ariarates, que inauguró una línea de monarcas que, aunque de raíces orientales, adoptaron progresivamente la cultura y las instituciones helenísticas. Estos reyes supieron mantener una autonomía relativa frente a los grandes poderes de la época, como los seléucidas, el Reino del Ponto y, posteriormente, Roma.
Durante el periodo helenístico, los monarcas capadocios se distinguieron por su habilidad diplomática y su capacidad de adaptación. Adoptaron nombres y costumbres griegas, promovieron la acuñación de moneda con iconografía helenística y establecieron relaciones tanto de rivalidad como de alianza con potencias vecinas. Entre los más destacados figuran Ariarates IV y V, que enfrentaron conflictos con el Reino del Ponto, y la dinastía de los Ariobarzanes, aliados de Roma. El último rey, Arquelao, fue depuesto en 17 d.C. por el emperador Tiberio, momento en que Capadocia se convirtió en provincia romana, poniendo fin a la dinastía real local.
La relación de Capadocia con los caballos proviene de su propio nombre, que en persa antiguo es Katpatuka y significa precisamente “tierra de los hermosos caballos”. Esta denominación se debe a que, desde la antigüedad, la región fue famosa por la calidad, belleza y bravura de sus caballos, que eran tan apreciados que se enviaban como tributo o regalo a grandes reyes de imperios vecinos, como los persas y los asirios